Bien sé que estoy rompiendo las normas, que no publico mensualmente, que hasta el momento sólo he reseñado libros de autores muertos y parece ser que debería seguir así para que nadie pueda responderme ni criticarme por mis pretensiones y mi poca valía. Pues bien: no pienso hacerlo. Hace no mucho que he llegado a la conclusión de que soy un mal lector. Leo poco, mal y sin prestar la atención que quizás debería. Tengo un problema serio con los libros que me gustan: no suelo recordar nada de su contenido. Ni de su estructura. Ni de su estilo. Yo no sé si será el verano o que de verdad tengo que empezar a dedicarme a otra cosa... En fin.
Hace poco he leído La literatura nazi en América de Roberto Bolaño, cuando ya pensaba que ninguna lectura podía aportarme absolutamente nada (así de pretencioso y engreído me siento a veces), y me ha sorprendido gratamente. Algo tendrá Bolaño que siempre es gratificante. Y además, no sé qué manía le tengo yo a los títulos que ponía a sus obras, que nunca me convencen demasiado de primeras. Bueno, voy a intentar que el remanente de mi negatividad literaria veraniega no empape demasiado la crítica que, según mi impulso inicial, habría de ser claramente positiva.
El libro, en forma de manual de historia de la literatura, nos cuenta la biografía de los autores más representativos de la literatura nazi en América, una manera muy inteligente de hacer ficción engatusando las normas del género. Dicho de otra manera, a uno le llama la atención inmediatamente el modo en que se distancia de las reglas propias de este tipo de textos académicos. Empieza con el tono biográfico-reseñístico habitual para desembocar, de vez en cuando con mucho tiento y sentido del humor, en descripciones detalladísimas de escenas concretas de la vida del escritor en cuestión, o en valoraciones subjetivas, en trucos, al fin, mucho más propios del narrador de ficciones que del narrador-historiador biográfico, aunque éste último no pueda escapar tampoco del terreno de la ficción, toda vez que se trata también de un compositor de textos, y por tanto un artesano de la palabra, también llamada mentira.
A ver, perdón. Tengo una maraña del tamaño de una gran ciudad dentro de mi cabeza. Es que últimamente no doy pie con bola, pero bueno, voy a intentarlo de nuevo. Cuando tú empiezas a leer La literatura nazi en América, detectas inmediatamente el tono altisonante y supuestamente objetivo que se merece un título como éste. Pero pronto empiezas a descubrir sendas que se alejan, por las que el escritor chileno ríe a carcajadas mientras juega a desmontarlo todo, como un niño loco que se cansa de jugar al ajedrez como siempre y de pronto las piezas empiezan a pegarse de tiros, y algunas mueren, y al final el héroe se va con la chica después de vivir una escena trágica que parecía que iba a ser el fin. Algunas veces lo hace sin ningún tipo de pudor, de pronto es un narrador habitual, como sucede en ese germen de la novelita que escribió después: Estrella distante (la verdad es que no están nada mal, que más quisiera yo que títulos así para mis tristes obras deficientes).
Perdonadme, de verdad, pero a veces creo que no puedo. Una palabra tras otra, la hoja en blanco, el verano (excusa)... A ver si ahora lo explico bien: es un libro muy divertido, y el epílogo para monstruos, pues eso, para monstruos.
Así que la desidia literaria se cura (otra vez) con Bolaño?
ResponderEliminarQuerido amigo José, a veces intuyo que leer a Bolaño es cura y a la vez causa de esa desidia literaria...
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