Ruego
no se extrañen mis queridos lectores de que me aparte, como ya hice
en otras ocasiones, de la senda ortodoxa de la reseña de libros. No
es que un servidor haya dejado de leer, eso sería tan calamitoso
como dejar de esnifar los vapores de la cocina; sino que es que me he
despertado hoy con una serie de cavilaciones sobre las cuales no
podía dejar de tomar nota.
Todo
viene porque hace algunos días recibí un correo electrónico de una
más o menos renombrada y canónica revista literaria, de cuyo nombre
no quiero acordarme, y comandada por la élite de los escritores
mediocres (como todos lo somos hasta que la historia demuestre lo
contrario) de nuestro país hoy
en día. ¿Y qué hago yo suscrito a una revista como esa? ¿Y si
sigo leyendo libros por qué no publico una reseña como dios manda?
Pues a ver, libros leo, es verdad, lo que pasa es que son libros
gordos que nunca se acaban, y escribir sobre un libro sin haberlo
terminado, aunque fuese solo para publicarlo en este blog mediocre y
esporádico, no estaría muy bien visto…
![]() |
El autor anónimo del Lazarillo, según Google |
Y,
a decir verdad, tampoco es que yo me haya suscrito a esa revista, así
propiamente suscrito, sino que me mandan spam
constantemente porque una vez se me ocurrió participar en el
concurso de cuentos que organizaban, uno de esos que nunca se ganan.
Y claro, me envían publicidad para que me compre su sucia revista
reluciente. Otra pregunta más que mis queridos lectores se estarán
planteando: ¿por qué estoy escribiendo con esta
especie de resentimiento hacia una revista literaria? Pues
a ver, resentimiento así propiamente dicho tampoco, lo que pasa es
que en esta ocasión han llegado a publicar el número cincuenta de
la revista (creo que es trimestral) y en su mensaje publicitario
decían algo así como que gracias a ellos la historia de la mejor
literatura del siglo XXI queda recogida en los números de la dichosa
revista que se han ido
publicando hasta la fecha. Y
esto es lo que me ha hecho volver a teclear en un escritorio después
de siglos sin haberlo hecho.
Damas
y caballeros del mundo literario, desde el más humilde creador hasta
el más archiconocido y celebrado autor (seguramente también
académico de la lengua), casi ninguno se libra de un afán estúpido
y pretencioso de prevalecer, de adquirir la fama manriquiana, de ser
el nombre y apellido que aparece en los libros y en los documentales
del futuro, la famosa foto en blanco y negro.
Y
no es de extrañar que esto suceda. Como los simios, los bebés
también imitan, y un bebé literario tiene
el primer contacto con los grandes autores de la historia a través
de epígrafes titulados «vida y obra», en los que se cuentan por
qué es tan importante tal o cual figura literaria y por qué es tan
famosa y por qué sus creaciones fueron las mejores de la época. Sin
duda la trascendencia con la que se presentan estos prototipos de
escritores que pasaron a la historia es hipnótica, y si uno se
siente seducido por el mundo de la literatura es muchas veces en
parte debido a esto mismo, y en parte debido a otras cosas.
Vanagloriarse de ser el nombre que pasará a la historia y por tanto
asumir que las obras propias son las mejores de la época que a uno
le tocó vivir es un disparate quijotesco, solo que hoy en vez del
personaje queremos ser el autor (así de aburridos o retorcidos
somos). Las otras razones por las que surge el impulso de la
escritura es algo que cada cual debería averiguar, y
abrazarse a ellas con humildad sería una práctica sana y respetuosa
hacia los demás y hacia la propia literatura.
![]() |
La creación de Adán, en la Capilla Sixtina |
Un
buen amigo mío, artista y diseñador, me dijo una vez algo que me
caló profundamente. Los artistas, me dijo, y los escritores tienen
que saber el mundo en el que viven, y por tanto adaptarse a los
tiempos que corren; no se puede anhelar hoy en día ser el creador de
la Capilla sixtina, o
de La casa de Bernarda Alba,
porque esas obras ya están hechas hace mucho tiempo. Si se quiere
ser consecuente hay que estar en consonancia con la época que le
toca vivir a uno.
Esto
que me dijo mi amigo, en cuanto a la literatura se podría discutir
en términos de los géneros, los temas e incluso los modos de
publicación más adecuados. No obstante, por el momento me voy a
permitir la licencia de terminar estas reflexiones con
un consejo para todos los escritores que anhelen pasar a la historia
de la literatura: muéranse.
Mientras tanto, yo seguiré escribiendo.
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