«Una solución de orden técnico» (Michel Houellebecq)


La gran acumulación de estímulos informativos que habitualmente nos rodea; la convicción cada vez más fehaciente de que la vida laboral asalariada es una especie de esclavitud moderna basada en el conformismo y el ansia de medro a partes iguales; y cualquier tipo de duda que cabría plantearse sobre la autenticidad de las relaciones humanas, entre otras cosas, le pueden hacer sentir a uno cierta inquietud existencial. Leer Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, no le iba a servir de gran ayuda. O sí, quién sabe.
Portada de la edición de Anagrama
Yo personalmente no sabría decir si me sentó bien o mal, seguramente sea una de esas lecturas que empiezan a florecer algún tiempo después de haberlas hecho. Lo cierto es que aunque empecé a leer el libro con recelo (con Mario Bellatin aún ejerciendo su poder en la sombra), su lectura poco a poco fue despertando cierto atractivo: el componente científico me pareció prometedor, me recordaba en algo a El extranjero de Camus, o quizás a alguna idea que me ronda la cabeza y que yo incomprensiblemente conecto siempre con dicha novela aunque no tengan mucho que ver. En cualquier caso, uno deja de leer Las partículas elementales (acertadísimo título en mi opinión), sea por desgana o por falta de tiempo, y al final lo retoma tarde o temprano porque piensa que va a haber alguna sorpresa al final. Y en efecto1, al final todo ese compendio de miserias humanas familiares, sociales y sexuales, aderezado con funerales, suicidios, felaciones, biología molecular, etc.; al final se puede convertir perfectamente, gracias al clásico mecanismo de la mise en abyme, en un relato de ciencia ficción.

 Los temas de los que da cuenta el libro son de lo más universal: el amor, la niñez y la adolescencia, el sexo, el sentido de la vida y la muerte, el porvenir de la humanidad… Y están retratados de manera excelente, diría yo, incluso con retazos humorísticos sutilmente sardónicos. Pero de algún modo tengo todo el tiempo la sensación de verle el plumero, y no me refiero necesariamente a la cantidad de veces que hay un pene moviendo la trama (¡ja!). Me explico, por ejemplo: uno de los personajes pasa su infancia en Argelia, y otro acaba en un internado porque su madre lo abandona para irse a vivir a una colonia jipi; pues bien uno echa un vistazo rápido a cualquier resumen biográfico de Houellebecq y se da cuenta de que ambos elementos parecen ser autobiográficos. ¿Es que a los autores de hoy en día se les ha agotado la imaginación? Y entonces pienso, bueno, también Bellatin mete componentes claramente biográficos en sus novelas, y Roberto Bolaño2, y estos sí han escrito libros que están entre mis favoritos…
Michel Houellebecq en distintos momentos
Además, si lo pienso bien, a otros autores también me ha parecido «verles el plumero», aunque para ser riguroso debería decir que igual lo que pasa es que no entiendo nada, o lo entiendo de una manera diferente. Sea como sea, creo entrever los momentos en que el autor se ha ido dejando enredar por la escritura, los momentos en que empezó a escribir los capítulos con cierto ritmo bien estructurado, y los momentos en que echa mano repetidamente de un mismo recurso porque le funciona bien, como por ejemplo la digresión. Digamos que empatizo con él, a través de las curvas y avatares de la novela hasta tal punto que pienso: ¡esto lo podría haber hecho yo! Y entonces la aplastante realidad me contesta de inmediato: «pero no lo has hecho». Alguien dijo que no se podía ser crítico y creador al mismo tiempo, porque el criticismo excesivo te impediría la consecución de una obra mediocre, paso necesario hacia la genialidad. Y tenía razón, pero ya que no soy aficionado a los deportes de riesgo y ni siquiera me gustan los parques de atracciones, se me deberá conceder licencia al menos para soltarme la melena en esto.
En fin, discúlpenme las digresiones errantes. Lo que quería decir es que Las partículas elementales de Houellebecq es una novela bien hecha, entretenida, bien escrita, buen reflejo de la realidad y buena reflexión sobre la humanidad, cuyo destino, al igual que la progresión del relato mismo, resulta que encuentran «una solución de orden técnico».
¿Tiene algún problema esto? Pues no, pero yo me empeño en decirme que sí, ¿qué me habrá hecho a mí este hombre? Ustedes lean y juzguen, que además es un autor de moda y maldito.

1Aquí es donde quienes no quieran que se les destripe la película deberían dejar de leer estos comentarios, o como suele a decirse a menudo con mal gusto, voy a «hacer espoiler». Preferiría no mencionarlo para no seguir perpetuando la expresión, pero no he podido evitarlo: considérese una pequeña contribución a que la historia de la lengua castellana dé cuenta de semejante fenómeno (y considérese este uso magistral del adjetivo semejante una deuda con el omnipresente Mario Bellatin).
2Y millones más de escritores de todas las épocas, con toda probabilidad.

Gallinas de madera, entre otras cosas


¿Por dónde se podría empezar? Posiblemente este no sea el problema que Mario Bellatin tiene cuando se pone a escribir. No estoy seguro de qué quiero decir con esto, pero créanme que no es fácil estar seguro de nada después de leer con cierta profundidad algunos de los libros de este lúcido señor mexicano que para más de uno podría resultar un raro escritor de textos raros e infumables. Sobre todo para aquellos que no entiendan el juego, claro está. No pretendo explicar aquí las reglas del mismo ya que otros críticos lo han hecho antes, y tampoco pretendo presumir de ser un lector aventajado que entiende más cosas de lo que un lector normal y corriente podría, porque las interpretaciones normalmente pueden ser numerosas, y en ocasiones excepcionales como esta, casi infinitas.
Portada de la edición de Sexto Piso
Gallinas de madera es un libro (no sé si me atrevo a llamarlo «novela», no sea que algún crítico terriblemente confinado al estudio de las fronteras entre géneros sonría displicente ante semejante ocasión) que trata de muchas cosas, entre ellas: moscas verdes, gaviotas moribundas, perros, aves de rapiña, drogas, reflexiones sobre el acto de escribir, enfermedades y deformaciones, sopas, palomas, Berlín, México, Francia, el concepto de esclavo, la nueva relación entre los humanos y los animales, Paul Valéry y otros escritores que no se mencionan, etc.

El juego, para mí, consiste en una invitación al lector a pasearse por dentro de una mente humana al máximo rendimiento. A todos nos ha pasado y nos pasa alguna vez que la velocidad de nuestros pensamientos es mayor que la velocidad a la que se le podrían asignar palabras, o mejor dicho, mayor que la velocidad a la que se podrían clasificar y organizar esos mismos pensamientos por temas, finalidad u otros criterios. Por ejemplo, ahora mismo yo en este momento preciso puedo tener unas cuantas «líneas» (llamémoslo así) de pensamiento en la cabeza que, además, son inevitables: el libro Gallinas de madera y Mario Bellatin, lo incómodo de escribir en un teclado de ordenador con un esguince en la muñeca derecha, la paloma que está posada en el edificio de enfrente y que casi entra en la habitación por la ventana hace apenas unos minutos, las ventosidades del perro que tengo recostado a los pies...1 Y todo esto sucediendo a la vez en nuestra mente es lo que nos proporciona a veces dificultades para concentrarnos, porque concentrarse es precisamente eso: ignorarlo todo menos una de las «líneas», para así poder llegar más lejos por ese camino.
Pero, ¿y si resulta que se puede llegar más lejos recorriendo varios caminos a la vez? Bueno, esa diría yo que es la especialidad de Bellatin, al menos en el libro del que estamos hablando. El mérito está en saber paralizar el momento y reducir la velocidad de la mente, o aumentar la velocidad de asignación de palabras para poder transformarlo todo en un relato. Así, en la primera parte del libro, titulada «En las playas de Montauk las moscas suelen crecer más de la cuenta», el narrador detiene el instante en el que la realidad de la Alexanderplatz de Berlín le ofrece (entre otras cosas) la visión de una mujer llevando en brazos a un perrete que bosteza con una boca que se hace enorme; y mientras dura el bostezo el relato se alarga cerca de cien páginas.2
El autor en buena compañía
¿Monólogo interior, flujo de conciencia? ¡Qué gran novedad!, dirían algunos. Pero es que no se trata simplemente de eso, porque el juego de Bellatin va una vuelta de tuerca más allá (o tres o cuatro). Si tuviera que definir en una sola característica el estilo de este libro, me negaría porque es imposible. Pero si de verdad fuera cuestión de vida o muerte, entonces diría «amalgama irracional», aunque esto tampoco sea del todo fiel a la verdad. Se me ocurre la palabra «amalgama» por razones obvias, y el calificativo «irracional» precisamente por su opuesto. Porque si racionalizar en un sentido estructuralista es analizar, clasificar y organizar; en Gallinas de madera se nos presenta el mundo de un modo más cercano a la realidad continua e inclasificable que vivimos.
Y, por cierto, casi se me olvida mencionar que el relato consta de dos textos, cada uno de ellos articulado, entre otras cosas, en torno a dos escritores famosos del siglo XX, que son Bohumil Hrabal y Alain Robbe-Grillet, pero esto ya pueden leerlo ustedes en la parte de atrás del libro.




1Curiosamente, los temas a los que aluden todos estos pensamientos causados por estímulos de la realidad, estaban ya incluidos en el primero, es decir, el libro en cuestión.

2Aquí es donde debo mencionar que el personaje-narrador de la historia ha tomado LSD.