¿Qué podría resultar lo suficientemente interesante como para
hacerme volver a retomar mis nunca periódicas e inmodestas
aportaciones al saber global recogido en la red? Más aún, ¿qué
podría haber que me hiciera volver a coger la pluma (quien dice
coger la pluma dice teclear sobre el mismo artefacto de siempre con
un propósito distinto, similar, o el mismo al de siempre: matar
tiempo de manera indiscriminada, como el que mata moscas o nervios
dentales)? La respuesta es breve, que no simple: Don Miguel de
Unamuno.
Mi relación con este hombre de los últimos siglos ha sido siempre
más bien problemática, o agónica, como él mismo podría haber
dicho, sobre todo desde que descubrí que mis mejores ideas y lo más
valioso de mi estilo no eran sino insultos despiadados al concepto de
la originalidad. Porque este hombre, don Miguel, con fama de gran
conversador, había realizado todas mis novelas, y cuentos, y
prólogos, y no sé qué cosas más, cien años antes de que yo los
pensara. Quizás en esto influya algo el hecho de haberlo leído yo,
quién sabe. No quisiera resultar pretencioso, pero quizás lo mismo
le sucedió a este don Miguel cuando leyó a su tocayo Miguel de
Cervantes.
Y digo esto sin
ligereza ni ánimo de sembrar disputa, sino solamente porque he leído
un libro que se llama Tres
novelas ejemplares y un prólogo,
cuyo «Prólogo» da comienzo así: «¡Tres novelas ejemplares y un
prólogo!». Y continúa explicando el por qué del título del
libro. Por supuesto nos habla de las novelas ejemplares de Cervantes,
y lo cita sin asomo de rubor, párrafos enteros, admitiendo que no
podrá hacerlo mejor, como yo tendré que admitir que no podré
hacerlo mejor que Unamuno. Porque después siguen unas páginas
excepcionales sobre su especial poética del realismo, que se basa no
en la reproducción de escenarios y costumbres profusamente
descritos, sino en la creación de una realidad íntima y de voluntad
que surge de los personajes mismos y las palabras y actos que los
definen en toda su extensión e intensión. Cosa que a su vez surge
de Miguel de Unamuno, en toda su extensión e intensión que a su vez
surge de otra cosa que se podría llegar a denominar corriente o
flujo de conciencias, intrasubjetividad... ¿Que entonces Unamuno era
panteísta? No, que era moderno porque plantea de algún modo la
disolución del sujeto. ¿Que la noción de sujeto podría ser algo
temporal, una idea que tenemos todos por el contexto histórico,
socio-cultural y por el desarrollo progresivo (siendo optimista) de
las artes del momento en que nos ha tocado vivir, de igual modo que
durante la época medieval tenían calada la idea del vasallaje y la
servidumbre? Pues yo qué sé, ¿acaso no seguimos dogmáticamente
convencidos de la necesidad de someterse a la servidumbre mientras
sigamos utilizando el dinero de curso legal?
En fin, perdonad por la filosofía, pero es que de verdad, yo no sé
qué tiene: es leer a Unamuno y entrarme un impulso irrefrenable de
escribir. Quizás tenga algo que ver con lo de la voluntad.
La voluntad. Cada vez que salía Unamuno en los libros de texto y
cada vez que lo estudiábamos en el instituto aparecía por todos
lados lo de la voluntad, y lo de la agonía. De hecho eran dos
palabras que todos aprendíamos y añadíamos a ese gran acervo de
oraciones lapidarias y sintéticas con las que se daban por
despachadas vida y obra de un autor, características del
Romanticismo o contexto histórico de la Edad Media (mil años).
Irónico. Sintético.
Irónico era El Quijote, y Madame Bovary, y La
desheredada de Galdós, y El curioso impertinente, e
incluso Otelo. Podríamos decir, por hacer un paralelismo
estúpido que cae al pelo en este tipo de ocasiones, que todos estos
son platos que se podrían degustar en el mismo tipo de restaurante,
porque todos ellos usan ingredientes similares: amor, celos, ironía,
locura, voluntad. En la misma carta encontraríamos estas Tres
novelas ejemplares y un prólogo. Y aunque no os voy a hablar con
detalle de todas (posiblemente de ninguna de ellas), he de mencionar
que todo el libro parece un desfile de personajes volitivos dominando
a otros que no lo son, frecuentemente porque se dejan arrastrar de
los cabellos por la enfermedad más antigua de todas: el amor. Dicho
de otro modo, tenemos personajes con una voluntad fuerte, porque
tienen una meta que conseguir y hacen todo lo posible por ello, como
Raquel, en Dos madres, que quiere tener un hijo a toda costa1.
Y por otro lado, tenemos personajes flojos de voluntad, normalmente
cegados por el amor, incapaces de actuar por sí mismos, porque ese
enamoramiento o amor se lo impide, como por ejemplo, Don Juan . Y
esto es irónico también, porque Don Juan es una especie de donjuán,
pero no por voluntad propia, sino porque Raquel, la viuda con la que
está enredado, le pide tener un hijo. Y como ella es estéril, pues
claro, le pide que se case con otra, que tenga el hijo deseado, y que
entonces se lo quite a la esposa y se lo dé a ella. Pobre Don Juan,
personaje trágico e inocente, enamorado y loco.
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Póster de la película argentina de 1943 |
Pero me llamó especialmente la atención Alejandro, el protagonista
de la tercera: Nada menos que todo un hombre. Ahora que pienso
acerca del nombre de este personaje, quizás yo mismo hubiera
escogido el mismo para denominar una alegoría de la voluntad:
Alejandro, nombre de antiguos hombres magnos gobernantes y
emperadores. Y digo alegoría de la voluntad porque así lo es.
Alejandro Gómez es un agujero negro, un trolebús, todo se lo lleva
por delante y nada puede detenerlo. O consigue lo que él quiere, o
lo consigue. Es como esos chistes sobre Chuck Norris que ahora
vagamente recuerdo. Él se hizo a sí mismo, parece no tener familia.
No se menciona en el texto, pero me atrevería a decir que su madre
se quedó preñada porque a él le apetecía nacer. Para que os
hagáis una ligera idea de lo que estoy hablando, este tío se mea
encima de cualquiera y queda impune, nadie le lleva jamás la
contraria. Sucede que se casa con la más guapa del pueblo, y después
de esto nunca jamás en su vida siente celos de su bella esposa, ni
es demasiado cariñoso porque eso no es de hombres, son novelerías.
Así que la mujer empieza a atormentarse porque ella ama
profundamente a su marido, pero no sabe con certeza si él la ama a
ella. Así que intenta darle celos infructuosamente, porque claro, él
es todo un hombre, y los hombres de verdad no necesitan tener celos
porque es imposible que su mujer piense ni siquiera en otro hombre.
Al fin, ella le confiesa que se ha liado con el conde, pero él no
puede aceptarlo, así que convence a su mujer de que está loca
porque a él no se le puede faltar de esa manera, y todos le dan la
razón, porque no puede ser de otro modo, porque es Alejandro Gómez.
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Póster de la versión española de los 70, con un Paco Rabal radiante que estoy deseando ver |
Después su mujer sana, porque él le dice que ya está sana, y
entonces escribe una carta al conde de marras invitándolo a venir a
casa. Os transcribo la carta para que conozcáis un poco mejor a
Alejandro Gómez:
«Como ya sabrá usted, señor
conde, mi mujer ha salido del manicomio completamente curada; y como
la pobre, en la época triste de su delirio, le ofendió a usted
gravemente, aunque sin intención ofensiva, suponiéndole capaz de
infamias de que es usted, un perfecto caballero, absolutamente
incapaz, le ruego, por mi conducto, que venga pasado mañana, jueves,
a acompañarnos a comer, para darle las satisfacciones que a un
caballero, como es usted, se le deben. Mi mujer se lo ruega y yo se
lo ordeno. Porque si usted no viene ese día a recibir esas
satisfacciones y explicaciones, sufrirá las consecuencias de ello. Y
usted sabe bien de lo que es capaz,
ALEJANDRO GÓMEZ»
En la siguiente escena vemos al conde comiendo con ellos dos en uno
de los momentos seguro más divertidos del libro. Y digo escena
porque así es esta novelita (30 páginas), como una especie de obra
de teatro, perfectamente peliculable. De hecho, unos pocos años
después de publicarla fue escenificada por Julio de Hoyos bajo el
título de Todo un hombre, y después, hecha película en
Argentina bajo la dirección de Pierre Chenal, en 1943; y posterior
versión española con guión de Rafael Gil en 1971, titulada como el
libro2.
La novelita ejemplar fue publicada en 1920, pero escrita en 1916, muy
probablemente en unas pocas sesiones: dos o tres, diría yo, o
directamente del tirón.
1Algo
me trae a las mientes Su único hijo
de Clarín.
2Sigue
sin gustarme ni un título ni el otro.
Hola Roberto.
ResponderEliminarMuy bueno el artículo, he disfrutado y aprendido leyéndolo.
Gracias por compartirlo.
Saludos. Leandro
Hola Leandro, gracias a ti por leerlo. Espero que estés bien. Un saludo
EliminarMe ha encantado!
ResponderEliminarEn tu línea… aunque denoto menos delirio y abstracciones que en otras ocasiones…
ResponderEliminarUn abrazo. El protagonista de tu afamado tema "el céntimo".
Muchas gracias, queridos amigos. Multanocte, intenté buscar tu blog de nuevo, después de la última vez, y no recordaba el nombre...jeje. Ahora he vuelto a leerte, y me gusta mucho el estilo de esa hormiguita.
ResponderEliminarResulta reconfortante eso de tener una línea propia, la verdad, pero me desconcierta lo demás. Prometo más delirio la próxima vez :)
Un abrazo