La vida breve es leer una novela, o un cuento, o contar una historia, o vivirla. La vida breve es una unidad de medida inferior a la vida en cuanto al tiempo se refiere, es una simplificación del concepto de «una vida» asimilable al concepto de «una historia», aunque por supuesto no es sólo eso. La vida breve es la necesidad que uno siente de salirse de su historia personal, de algún modo, sea cambiando lugares, personajes, a sí mismo o cogiendo un libro. O directamente, hacer todo eso con la imaginación, con la capacidad que tenemos de prever las posibilidades que la vida ofrece en un punto dado.
Vayamos al ejemplo mínimo, sencillo: un hombre conduce por una autovía y se encuentra a un autoestopista, pero no se detiene a recogerlo. Lo más probable es que este hombre, que va solo en el coche, sea capaz de imaginar e imagine al autoestopista dentro del vehículo. Es más, es bastante probable que imagine alguna historia, algún acontecimiento que podría haber ocurrido, pero que no ocurrirá, porque no recogió al autoestopista. El hombre sigue conduciendo y se representa a sí mismo la comedia del taxista que va mirando por el retrovisor mientras habla con su pasajero, cuando de repente mira hacia delante y tiene encima a un camión al que está a punto de embestir. Afortunadamente, el frenazo logra evitar el choque, pero el automóvil queda parado casi por completo en mitad de una autovía. Inmediatamente, y con el corazón a mil por hora, el hombre vuelve a poner el vehículo en marcha y pronto alcanza la velocidad adecuada. No ha pasado nada, pero el susto ha sido enorme, y cuando el hombre se va recobrando mira por el retrovisor y le dice al autoestopista: «¡Vaya susto!».
La vida breve es en germen esa necesidad y placer que tenemos en representarnos a nosotros mismos y recrearnos constantemente, en proyectar la imaginación sobre la previsión de qué podría ocurrir si pasara esto o lo otro. Es básicamente lo que le sucede a Juan María Brausen, solo que éste, en un momento dado está demasiado harto de imaginar que sucedería si, y en lugar de imaginarlo decide inventarse a sí mismo de nuevo, como el que se inventa un personaje y lo echa a andar, y se inventa a Arce. Con él Brausen se escribe a sí mismo, como personaje de ficción, no en papeles en blanco, sino en el tiempo de su propia vida con sus propios actos, su cuerpo y su pensamiento. Podríamos decir que se trata del proceso exactamente contrario al que sigue, por ejemplo, la escritura de una autobiografía, o la escritura de unas memorias. Supongamos que al escribir una autobiografía estamos intentando trasladar la vida al papel, a la letra escrita, o sea, a la literatura. Se trata de un proceso sencillo mediante el cual pasamos acontecimientos que ya han sucedido por el filtro de la memoria y les damos el formato de palabras, con el consabido riesgo de que la transformación de los acontecimientos en palabras no siempre es del todo fiel.
La ficción es sin duda el mayor riesgo que conlleva el lenguaje. Digamos que la memoria y la palabra, por supuesto, alteran la materia prima del relato, la ficcionalizan. Evidentemente, no importan para estas consideraciones conceptos como realismo, idealismo o psicologismo, ni tampoco cuál estilo o corriente literaria es la que intenta plasmar la vida con mayor o menor fidelidad. Nos quedaremos de momento con la idea de que todo ese proceso del que hablé antes conlleva de manera necesaria la literaturización de la vida, tanto en el sentido etimológico como en el sentido de distorsión o ficcionalización.
Pero la literaturización de la vida podría llevarse a cabo en dos direcciones claramente opuestas. Primero, la descrita anteriormente, que va de la realidad a la ficción: acontecimientos vividos o imaginados en la vida real se traspasan al soporte verbal. Segundo, la que va desde la ficción a la realidad, es decir: acontecimientos imaginados, y por tanto ficticios, se traspasan al soporte físico. Literaturizar la vida en esta segunda dirección, es por ejemplo, creer que hay gigantes donde hay molinos y, después de darse de bruces contra la pared, seguir pensando que eran gigantes. Se trata de la misma transformación, el mismo proceso, pero a la inversa. Se trata de imaginar las posibilidades que te ofrecen el hecho de comportarte de tal o cual manera, conocer a tal persona, estar en tal lugar… Se trata de eso, pero no aplicado al instante, a la decisión cotidiana (caminar por la sombra o por el sol, etc.), sino aplicado a la propia identidad, a la contemplación de la vida propia como una historia. En un momento dado, Brausen no se gusta, no le parece que sea un buen personaje (en el sentido menos moral del término), y se cuestiona su identidad, se reinventa a sí mismo, se imagina una identidad nueva, con una nueva manera de ser y con vivencias de otro tipo. Se la inventa y la realiza, la pone en marcha en su vida real, y se convierte en Arce, pero aún no del todo. La transformación es progresiva. Durante gran parte de la novela, Brausen y Arce conviven, muy significativamente, en departamentos contiguos presumiblemente simétricos.
Podríamos hablar de un cierto quijotismo del personaje que no es locura, sino determinación. La diferencia de Brausen con don Quijote está en que aquel se desdobla temporalmente (en unos momentos es Arce y en otros Brausen), y éste se guarda al Alonso Quijano que lleva dentro, entregándose por completo al personaje que representar. Algo que según parece deberíamos hacer todos para mantener la cordura.
La próxima vez me dejo de frases efectistas al final (como la anterior) y os hablo del carnaval y el juego.
totalmente gay por tu parte!!!
ResponderEliminarMenos literatos y más drogas!!
ResponderEliminarDicho esto, mu rebién! No sé hasta ke punto te reconfortará, pero ke sepas ke escribes como una persona mayor.
Pos venga, yo voy a darte un poco de refuerzo positivo. Está muy bien explicado eso de la vida breve, la ponemos en práctica tan a menudo... deberíamos hacer más lo que el personaje del libro.
ResponderEliminarPor cierto, un consejo. Si vas a escribir más cosas aquí sería bueno que cuando sea una reseña lo ponga en el título (ejemplo: Reseña: La Vida Breve, de Onetti). Es una pijotada, lo digo por tocar los huevos na más. Que siga!
Pero te gustó o no, guijarro? A un onetti nunca se le puede negar.
ResponderEliminarNo, no, tienes toda la razón, mi estimado maese Martínez: a Onetti no se le puede negar. Me gustó, quizás demasiado, hasta el punto de configurarme de alguna manera. En fin, si la releo aún pienso que no soy fuera de ella. Por cierto, escríbenos algo para la revista, si quieres te mando el manual.
ResponderEliminarGracias a todos por visitar esta novatada, tenéis tanta razón... sobre todo en lo de las drogas y lo de tocar los huevos. ¡Un abrazo!
Por aquí seguimos.
¡Sigue escribiendo CHAKAL!O se te saldrán los ojos de las orbitas y se fundiran tus plomos y tus pupilas al entran en contacto con la belleza más vulgar, a más de uno le ha pasado.
ResponderEliminarVe ensayando una firma rápida para despachar el aluvión de autógrafos que te van a pedir. Puedes hacer como yo que firmo con una cruz.