Viaje sin complicaciones

Según parece, Rubem Fonseca, brasileño nacido en 1925, publicó su primera novela a los cuarenta y ocho años. Esto me hace pensar en muchas cosas que no vienen a cuento, como por ejemplo por qué Fonseca esperó hasta los cuarenta y ocho para publicar su novela, si es que la tenía escrita ya desde antes, porque claro también se me ocurre que a lo mejor no fue capaz de terminarla hasta entonces, en el supuesto caso de que la hubiera empezado digamos en su juventud (entre los veinte y los treinta años aproximadamente). Aunque también puede ser que simplemente no le diera la gana de sentarse a escribir una novela hasta que se iba acercando al medio siglo de edad. Pero bueno, como digo, estas cosas no vienen a cuento porque a decir verdad no me siento con derecho a hablar de un escritor al que no conozco, como tantas otras veces ya he hecho y haré y haremos y harán, todos. No en vano nos advertía Unamuno que no teníamos ningún modo de conocer a Miguel de Cervantes mientras que don Quijote podría estar a la mano de cualquiera. Es más, que el mismo Unamuno no conocía en absoluto a su tocayo, ni tenía la menor opción a ello, a pesar de que a don Quijote lo conocía rigurosamente en toda su extensión. Por eso, cuando decimos «conocer» a un escritor, en todo caso conoceremos a sus criaturas, inmortales y perfectas, que aguardan comprimidas entre un puñado de páginas como piezas de museo dentro de una vitrina. Creo saber que Unamuno en el fondo anhelaba esa inmortalidad de criatura, y por eso mismo se dice que solía introducirse en sus nivolas para charlar de tú a tú con los personajes, en un intento vano de encerrar en un libro a un hombre de carne y hueso, o más aún, un creador de carne y hueso.
Yo, por mi parte, aunque aún podría intentar viajar a Brasil a la bolañesca para dar con el longevo escritor latinoamericano y así poder hablaros de él con propiedad, me conformaré con hablaros de una de sus criaturas (prácticamente la única) que sí conozco de verdad: José Joaquim Kibir, el personaje-narrador de El seminarista, una novela negra por delante y blanca por detrás del año 2009.

José empieza su relato hablándonos del trabajo que hace. Mata a personas por dinero. Y nos cuenta varios ejemplos con frialdad y elegancia durante esas primeras páginas siempre difíciles, vacilantes y memorables como los primeros pasos de un bebé o los primeros besos de los enamorados. Engancha. Convence. Es rápido, los capítulos son cortos, la letra es grande y sobre todo, provoca intriga. Al quinto o sexto capítulo rompe con el primer abanico de muestra, la atmósfera ya está creada completamente, y da un giro que parece pregonar la inminencia de un final aún algo lejano. Parece que todo está hecho para hacernos liviana la lectura.
Pronto uno necesita que «El especialista» (es así como lo llaman, según él mismo) le cuente más cosas, se detenga más y nos entretenga un rato más, deseo probablemente provocado por la tacañería del mismo personaje-narrador, que parece decir la historia como si le faltase tiempo o páginas (alguien exclama: ¡no me extraña, con la letra tan grande...!, y alguien esboza una sonrisa).
La novela es corta en extensión, y lo es especialmente por el estilo. Hombre seguro de sí mismo, hombre capaz y elocuente proclive a ir siempre al grano sin demasiados aspavientos, puede mantener al lector pegado al libro hasta terminarlo por completo. Quizás alguien podría decir que le falta profundidad. Yo diría que quizás es una historia perfectamente construida, una historia de manual, o mejor dicho, una historia que se podría utilizar como manual: los personajes aparecen cuando tienen que aparecer y todos tienen una función estructural perfectamente definida. Los tiempos y los cambios nunca vienen a disgusto del lector. Nadie sobra, nada falta. A veces da la sensación de ser casualidad la introducción de un dato novedoso, y a la vuelta de la página tienes el porqué de tal inclusión. Quizás se le podría achacar cierta falta de pudor en este aspecto.
La relación causa-efecto parece el único motor que mueve la historia, y así unas acciones se suceden a otras en un ensamblaje perfecto. Hay acción, hay intriga, hay amor, injusticias, hay un malo (que se puede adivinar quién es antes del final), hay un ritmo narrativo rápido y directo y hay un buen final. Una novela perfecta para las vacaciones. Un viaje maravilloso y sin complicaciones.