Hace
algún tiempo me compré un par de libros que aún no he terminado de
leer (apenas empezado): a)
El clásico de George Orwell, 1984;
y b) Las olas de
Virginia Wolf. Ambos de una editorial de confianza, con estudio
introductorio al principio:
a) En la segunda página de la introducción el estudioso reconoce
que vale la pena resumir la trama de la propia novela que vamos a
leer, y nos la va contando incluyendo pequeños extractos de la misma
que trae a colación para dotar de cierta verosimilitud a su propio
relato del relato de Orwell.
b) En la primera página de la introducción la estudiosa nos desvela
de sopetón que uno de los personajes principales se suicida.
Como si en los minutos previos de un importante partido de fútbol
mostraran un resumen con las jugadas más destacadas y los goles del
partido que van a televisar a continuación. A más de uno se le
quitarían las ganas de verlo.
¿Tienen la culpa de esto Virginia Wolf y George Orwell?
Evidentemente no. ¿Tienen la culpa entonces los estudiosos? Tampoco,
eso es cierto. Al igual que es cierto que no pretendo desprestigiar
el trabajo de los críticos, entre los que me cuento sin pudor; y que
aun siendo consciente de la importancia de este tipo de textos para
la mejor y más profunda (quizás también, por ello, más limitada)
comprensión de la novela por parte del lector, tengo la sensación
de que alguien tenía que decirlo: deberían haber hecho un epílogo
en vez de una introducción.
Dicho
esto, permitidme que os hable hoy de una famosa y celebrada saga de
finales de los años setenta y los ochenta, y que yo desconocía
completamente hasta hace más bien poco: La
guía del autoestopista galáctico.

¿Y
por qué digo insólito y familiar? Pues, en primer lugar, insólito,
por ejemplo, porque la gran respuesta a las preguntas trascendentales
de la vida, el universo y todo lo demás es 42. Y, en segundo lugar,
familiar, porque no puedo evitar sentir alguna especie de parentesco
con la archiconocida serie de televisión Futurama. Y con esto
llegamos a la misma estúpida pregunta de siempre que intentamos
ejercer una reflexión de literatura comparada: ¿qué fue primero:
el huevo o la gallina? Bueno, pues cronológicamente está clarísimo
que primero fue la Guía del
autoestopista galáctico.
Ahora bien, cuánto de esta gallina hubo en el huevo que traía el
cigoto de Futurama es una respuesta que ni los mismos guionistas
involucrados en la creación de la serie televisiva sabrían
responder (aunque seguro que todos ellos conocieron la Guía
del autoestopista galáctico
siendo, como fue, todo un fenómeno que provocó una adaptación
cinematográfica, alguna serie televisiva y trajo diversos productos
al mercado, entre los que se cuentan un videojuego y un set de
toallas de baño).
Para
aliviar mis incertidumbres, o más bien para enturbiarlas un poquito,
me he sumergido en blogs, foros y otros sitios de internet para
frikis en donde yo, que me consideraba un primerizo en el mundo de la
ciencia ficción, no me he sentido en absoluto fuera del tiesto, a
pesar de que nunca he podido terminar de ver ni una sola de las
películas de la saga Star Wars. Y es que las opiniones, argumentos y
contraargumentos generales con los que me he topado se basan en las
clásicas analogías entre el número de personajes y sus roles,
entre elementos estructurales comunes de ambas tramas, o entre
paralelismos de uno y otro universos. Para aquellos que no estén
familiarizados con ninguna de los dos, permitidme aclarar brevemente
que, en efecto, en ambas hay un protagonista terrícola que al
principio se encuentra en el mismo mundo y en la misma época que el
lector-espectador, y que de pronto es arrancado de su mundo natural y
es llevado a un mundo de fantasía y viajes interespaciales. Fry de
Futurama
es criogenizado y despertado a la vida un milenio después, mientras
Arthur Dent de la Guía del
autoestopista galáctico
consigue escapar in extremis del planeta Tierra unos segundos antes
de su demolición, infiltrado de polizón en la nave de los mismos
atacantes, llamados Vogon, cuyo procedimiento de tortura más temido
consiste en hacer oír sus propios poemas a las víctimas.
![]() |
Vogon, según la adaptación cinematográfica |
![]() |
Lrrr, gobernante del planeta Omicrón Persei 8 |
En
ambas historias (podría llamárselas series a las dos) hay también un
robot afectado psicológicamente. Todo esto merecería un análisis
menos somero, pero por no hacer tedioso el tema recordemos brevemente
cómo Bender en los primeros capítulos de Futurama
es un personaje depresivo con una intención suicida constante y
reincidente. En la Guía del
autoestopista galáctico
el robot Marvin parece estar siempre bajo el peso inconmensurable del
«dolor de pensar» pessoano, dando lugar a un personaje tipo,
esencialmente plano y atormentado (además de haber dado lugar al
título de la famosa canción de Radiohead «Paranoid Android»).
Cierto es que en esto hay un desmarque de Bender, que a lo largo de
la serie va cobrando profundidad y dejando de lado los instintos
suicida depresivos para quedarse en un sano y brutalmente excesivo
hedonismo egoísta.
Pero
dejando de lado la robopersonalidad de Marvin y Bender, que podría
ser objeto de una disertación independiente, permitidme que vaya
concluyendo de una vez.
¿Se
copiaron los de Futurama
de La guía del autoestopista
galáctico?
Pues sí, se copiaron en el mejor sentido del término, por simple
cuestión de aparición cronológica. Podríamos decir que se dejaron
influenciar amablemente por una obra anterior a la suya, como se hace
inevitablemente cada vez que alguien se adscribe a un género ya
existente, o al menos un género en formación. Se dice que habiendo dos o más
obras el género (o subgénero) está conformado con los elementos
comunes a todas ellas. Yo enumeraría cuatro en este caso, además de
la posibilidad de encontrar unos cuantos más:
- El punto de partida del personaje principal (Fry, Arthur Dent) es el propio mundo del lector-espectador, gracias a lo cual tenemos un cómplice, un punto empático en la historia. Dicho de otro modo, el personaje principal es tan novato como nosotros en el universo espacio temporal de la obra. Además, para hacernos sentir inteligentes y ágiles por este nuevo mundo que se despliega ante nosotros, el personaje principal es un poco corto de luces.
- Entre el grupo de los personajes principales hay un robot que padece algún tipo de obsesión disparatada, no tanto por extraña como por excesiva, puesto que es siempre el reflejo grotesco de algún rasgo humano.
- Se crea un universo completo, parodia y reflejo del nuestro, poblado de seres procedentes de diversos lugares, planetas o galaxias, con las consiguientes diferencias culturales y fenómenos habituales del planeta que hoy día poblamos y conocemos: migraciones, guetos raciales, guerras, conquistas, cultos religiosos, mitologías, discriminaciones, diferencias de clase, y un largo etcétera que proyecta y pone de manifiesto las calamidades (y también los logros) de nuestra era, nuestra sociedad, nuestra especie humana.
- Dentro de ese vasto universo creado aparecen escenarios extravagantes, personajes comunes y problemas trascendentales que se solventan de la forma más simple y estúpida: el alienígena agresivo, maloliente, feo y conquistador (Vogon, Lrrr el gobernante de Omicrón Persei 8); el principio y el fin del universo y de la vida en la Tierra; los viajes temporales; las realidades paralelas; los avances científicos...
En
fin, se trata de ponerse a tomar nota de todos los elementos comunes
que puedan encontrarse, no para plantearse si fue primero el huevo o
la gallina en términos de plagio, sino para encontrar las claves de
un género poco prestigioso (literariamente hablando) pero bien
conocido y valorado por todos: la comedia futurista, o ciencia ficción cómica, o como se
le quiera llamar. ¿Con qué fin? Bueno, si alguien quiere
aventurarse a escribir una historia de este tipo, podrá encontrar algunos de
los ingredientes. Otra cosa muy distinta es cómo cocinarlos.