Futurama y La guía del autoestopista galáctico: claves de la comedia futurista


Hace algún tiempo me compré un par de libros que aún no he terminado de leer (apenas empezado): a) El clásico de George Orwell, 1984; y b) Las olas de Virginia Wolf. Ambos de una editorial de confianza, con estudio introductorio al principio:
a) En la segunda página de la introducción el estudioso reconoce que vale la pena resumir la trama de la propia novela que vamos a leer, y nos la va contando incluyendo pequeños extractos de la misma que trae a colación para dotar de cierta verosimilitud a su propio relato del relato de Orwell.
b) En la primera página de la introducción la estudiosa nos desvela de sopetón que uno de los personajes principales se suicida.
Como si en los minutos previos de un importante partido de fútbol mostraran un resumen con las jugadas más destacadas y los goles del partido que van a televisar a continuación. A más de uno se le quitarían las ganas de verlo.
¿Tienen la culpa de esto Virginia Wolf y George Orwell? Evidentemente no. ¿Tienen la culpa entonces los estudiosos? Tampoco, eso es cierto. Al igual que es cierto que no pretendo desprestigiar el trabajo de los críticos, entre los que me cuento sin pudor; y que aun siendo consciente de la importancia de este tipo de textos para la mejor y más profunda (quizás también, por ello, más limitada) comprensión de la novela por parte del lector, tengo la sensación de que alguien tenía que decirlo: deberían haber hecho un epílogo en vez de una introducción.
Dicho esto, permitidme que os hable hoy de una famosa y celebrada saga de finales de los años setenta y los ochenta, y que yo desconocía completamente hasta hace más bien poco: La guía del autoestopista galáctico.
El primer tomo de esta trilogía de cinco novelitas apareció en 1979 y el último de ellos en 1992. Todas ellas basadas en una serie radiofónica de gran éxito que se empezó a emitir por la BBC en 1978, y que provocó desde sus comienzos histriónicas carcajadas e inteligentes sonrisitas, llevando al oyente o lector a través de un vasto universo de posibilidades remotas y disparatadas pero siempre bien fundadas, hasta lugares tan insólitos y familiares a su vez como el restaurante del fin del universo, o como el propio planeta Tierra en los momentos más primitivos y absurdos de su historia, ofreciendo explicaciones científico-ficticias a las grandes y más importantes cuestiones de la vida, el universo y todo lo demás.
¿Y por qué digo insólito y familiar? Pues, en primer lugar, insólito, por ejemplo, porque la gran respuesta a las preguntas trascendentales de la vida, el universo y todo lo demás es 42. Y, en segundo lugar, familiar, porque no puedo evitar sentir alguna especie de parentesco con la archiconocida serie de televisión Futurama. Y con esto llegamos a la misma estúpida pregunta de siempre que intentamos ejercer una reflexión de literatura comparada: ¿qué fue primero: el huevo o la gallina? Bueno, pues cronológicamente está clarísimo que primero fue la Guía del autoestopista galáctico. Ahora bien, cuánto de esta gallina hubo en el huevo que traía el cigoto de Futurama es una respuesta que ni los mismos guionistas involucrados en la creación de la serie televisiva sabrían responder (aunque seguro que todos ellos conocieron la Guía del autoestopista galáctico siendo, como fue, todo un fenómeno que provocó una adaptación cinematográfica, alguna serie televisiva y trajo diversos productos al mercado, entre los que se cuentan un videojuego y un set de toallas de baño).
Para aliviar mis incertidumbres, o más bien para enturbiarlas un poquito, me he sumergido en blogs, foros y otros sitios de internet para frikis en donde yo, que me consideraba un primerizo en el mundo de la ciencia ficción, no me he sentido en absoluto fuera del tiesto, a pesar de que nunca he podido terminar de ver ni una sola de las películas de la saga Star Wars. Y es que las opiniones, argumentos y contraargumentos generales con los que me he topado se basan en las clásicas analogías entre el número de personajes y sus roles, entre elementos estructurales comunes de ambas tramas, o entre paralelismos de uno y otro universos. Para aquellos que no estén familiarizados con ninguna de los dos, permitidme aclarar brevemente que, en efecto, en ambas hay un protagonista terrícola que al principio se encuentra en el mismo mundo y en la misma época que el lector-espectador, y que de pronto es arrancado de su mundo natural y es llevado a un mundo de fantasía y viajes interespaciales. Fry de Futurama es criogenizado y despertado a la vida un milenio después, mientras Arthur Dent de la Guía del autoestopista galáctico consigue escapar in extremis del planeta Tierra unos segundos antes de su demolición, infiltrado de polizón en la nave de los mismos atacantes, llamados Vogon, cuyo procedimiento de tortura más temido consiste en hacer oír sus propios poemas a las víctimas.
Vogon, según la adaptación cinematográfica
Lrrr, gobernante del planeta Omicrón Persei 8
En ambas historias (podría llamárselas series a las dos) hay también un robot afectado psicológicamente. Todo esto merecería un análisis menos somero, pero por no hacer tedioso el tema recordemos brevemente cómo Bender en los primeros capítulos de Futurama es un personaje depresivo con una intención suicida constante y reincidente. En la Guía del autoestopista galáctico el robot Marvin parece estar siempre bajo el peso inconmensurable del «dolor de pensar» pessoano, dando lugar a un personaje tipo, esencialmente plano y atormentado (además de haber dado lugar al título de la famosa canción de Radiohead «Paranoid Android»). Cierto es que en esto hay un desmarque de Bender, que a lo largo de la serie va cobrando profundidad y dejando de lado los instintos suicida depresivos para quedarse en un sano y brutalmente excesivo hedonismo egoísta.
Pero dejando de lado la robopersonalidad de Marvin y Bender, que podría ser objeto de una disertación independiente, permitidme que vaya concluyendo de una vez.
¿Se copiaron los de Futurama de La guía del autoestopista galáctico? Pues sí, se copiaron en el mejor sentido del término, por simple cuestión de aparición cronológica. Podríamos decir que se dejaron influenciar amablemente por una obra anterior a la suya, como se hace inevitablemente cada vez que alguien se adscribe a un género ya existente, o al menos un género en formación. Se dice que habiendo dos o más obras el género (o subgénero) está conformado con los elementos comunes a todas ellas. Yo enumeraría cuatro en este caso, además de la posibilidad de encontrar unos cuantos más:
  1. El punto de partida del personaje principal (Fry, Arthur Dent) es el propio mundo del lector-espectador, gracias a lo cual tenemos un cómplice, un punto empático en la historia. Dicho de otro modo, el personaje principal es tan novato como nosotros en el universo espacio temporal de la obra. Además, para hacernos sentir inteligentes y ágiles por este nuevo mundo que se despliega ante nosotros, el personaje principal es un poco corto de luces.
  2. Entre el grupo de los personajes principales hay un robot que padece algún tipo de obsesión disparatada, no tanto por extraña como por excesiva, puesto que es siempre el reflejo grotesco de algún rasgo humano.
  3. Se crea un universo completo, parodia y reflejo del nuestro, poblado de seres procedentes de diversos lugares, planetas o galaxias, con las consiguientes diferencias culturales y fenómenos habituales del planeta que hoy día poblamos y conocemos: migraciones, guetos raciales, guerras, conquistas, cultos religiosos, mitologías, discriminaciones, diferencias de clase, y un largo etcétera que proyecta y pone de manifiesto las calamidades (y también los logros) de nuestra era, nuestra sociedad, nuestra especie humana.
  4. Dentro de ese vasto universo creado aparecen escenarios extravagantes, personajes comunes y problemas trascendentales que se solventan de la forma más simple y estúpida: el alienígena agresivo, maloliente, feo y conquistador (Vogon, Lrrr el gobernante de Omicrón Persei 8); el principio y el fin del universo y de la vida en la Tierra; los viajes temporales; las realidades paralelas; los avances científicos...
En fin, se trata de ponerse a tomar nota de todos los elementos comunes que puedan encontrarse, no para plantearse si fue primero el huevo o la gallina en términos de plagio, sino para encontrar las claves de un género poco prestigioso (literariamente hablando) pero bien conocido y valorado por todos: la comedia futurista, o ciencia ficción cómica, o como se le quiera llamar. ¿Con qué fin? Bueno, si alguien quiere aventurarse a escribir una historia de este tipo, podrá encontrar algunos de los ingredientes. Otra cosa muy distinta es cómo cocinarlos.