«Guillermo Fadanelli nació en la
Ciudad de México en 1963. Abandonó sus estudios de ingeniería para
dedicarse a la escritura. En 1989 fundó la revista Moho que
sigue dirigiendo...» La verdad está uno ya tan harto del lenguaje
reseñístico de las contraportadas y las críticas que no se me
ocurre prácticamente nada más que decir de este libro de cuentos
que me encontré en una de las tantas veces que nos mudamos de casa
en los últimos tiempos. Me parece casi todo tan vacuo, tan poco
novedoso e informativo, que a regañadientes y de reojo miro el
disfraz de lector sabihondo, en esta hora marcada por la altisonancia
de lo somero, como si el esfuerzo de ponérmelo para dármelas de
culto fuera sobrehumano.
Y es
que hoy, pensando sobre algo que ya sabía, se me ocurre de repente
una tricotomía, o más, sobre los objetivos que uno debe o puede
tener en el momento de lanzarse a escribir una novela (que es a mi
juicio una de las empresas más disparatadas que alguien puede
acometer). Mejor dicho, podríamos decir que hay tres tipos, o más,
de literatura que se puede hacer cuando uno piensa en escribir un
libro. Primero, un libro que resulte valioso en el mercado literario.
Segundo, un libro que vaya a gustar a la gente. Tercero, un libro que
por su originalidad se vaya a hacer un hueco en la historia de la
literatura. Y con esto se me ocurren varias cosas que será decir lo
mismo con otras palabras.
Primero,
tenemos entonces la posibilidad de escribir un libro que pueda tener
éxito, y proporcionar ventas, fama y dinero. ¿Cómo se escribe un
libro de estos? Pues como otros muchos estudiosos, críticos y
teóricos han podido abordar el tema antes que yo, y como más o
menos es de todos sabido, para descubrir qué es lo que vende hoy en
día basta con ver la televisión, la cartelera de un cine o el
escaparate de los más vendidos en una librería. Si hacemos esto
diacrónicamente descubriremos ciertas notas comunes que están en
todas las películas grandilocuentes y libros best seller desde que
el mercado es el mercado y el sistema literario está supeditado a
él. «Entonces, si eres tan listo —podría
preguntarme alguien—,
¿por qué no escribes tú un libro de esos y empiezas a vender
ejemplares como churros?». No sé si por aburrimiento o por
incapacidad, diría yo entonces. Porque incapaz seré solamente hasta
el día en que lo haga. Y aún así, puede que tampoco vendiera
porque me temo que esto del vender y la fama no dependerá solo de si
la historia es lo suficientemente mala y simple o fácil de leer o...
qué sé yo, inscrita en un género de moda.

Visto
que es imposible, entonces, o al menos improbable, llegar a ser un
autor conocido, respetado y vendido por la fuerza y lo acertado de tu
pluma, pensarás que lo mejor es escribir algo ultranovedoso, que te
sorprenda y te haga reír a ti mismo mientras lo escribes, algo que
no has visto escrito en ningún otro libro, algo rabiosa y
radiantemente nuevo. Pensarás que no escribes para vender ni para
gustar a la gente de tu tiempo que nunca te comprendería. Pensarás
que escribes para la historia de la literatura, y acaso así sea,
pero en realidad estarás escribiendo no para un tipo de lector, sino
para un lector solamente: para ti.
Y
eso es lo que todos hacemos, más o menos, creo yo, pienso vamos, de
manera inevitable: escribir para nosotros mismos, y endemientras
echar un vistazo y cuidarse de que a alguien pueda llegar a gustarle
alguna vez, en el presente o en el futuro, y que alguno pase un buen
rato agradable leyéndonos. Y esto es lo que hizo Fadanelli, me
parece, en su libro Compraré
un rifle,
que me lo encontré cuando me mudé de casa y que consta de
diecinueve relatos publicados en Anagrama en el año 2006. Datos que
son de mayor o menor irrelevancia, como lo son algunas frases de la
cubierta posterior: «El deseo que anima la escritura de Fadanelli,
uno de los escritores latinoamericanos más interesantes de su
generación, no es tanto construir historias ficticias como dar vida
a relatos capaces de descubrir, o al menos imaginar, algunos extraños
rostros de la naturaleza humana».
En
fin, yo entre unas cosas y otras ya no sabría decir cuál es el
deseo que anima la escritura de Guillermo Fadanelli, lo que sí sé
decir es lo que me encontré al mudarme de casa: Un puñado de
relatos (19) de un escritor mexicano que además de mostrarnos
extraños rostros de la naturaleza humana (hay basura, muerte,
situaciones con sexo, violento a veces, turbios deseos y obsesiones
individuales, etc.), lo que para mí consiguió con excepcional
maestría y denuedo fue la creación del vínculo empático con el
protagonista de la historia que hace falta para que el lector (yo) me
interesara por la misma y necesitara engullir una detrás de otra,
ávido e insaciable de la complicidad íntima y secreta que uno puede
disfrutar dentro de estos personajes durante las cinco o diez páginas
que puede durar el relato.
Algunos
de ellos me resultaron menos interesantes. Quizás si yo fuera
Fadanelli sería capaz de apreciar sabrosísimos matices en estos
últimos. Pero como no soy más que Roberto Guijarro, me tendré que
conformar con apreciar detalles de buen gusto que a lo mejor para él
pasaron completamente desapercibidos y ni siquiera recuerda haber
escrito.