Estoy indignadísimo. Jamás en toda mi corta vida me había topado con alguien lo suficientemente estúpido como para confundirse conmigo. Y no sólo eso, sino que a lo largo de todo el libro (en el que apenas aparezco yo) este Roberto se afana en despistar y escribir mal adrede. ¡Qué desfachatez! ¡Y qué poca consideración con el amable lector! ¿Cómo puede ser posible que el personaje que narra luego no sea él mismo, si encima casi todos los relatos están en primera persona? Porque esa es otra: el libro desprende un tufillo autobiográfico inadmisible. Que dice él que no, que todo es ficción. ¡Imperficción! Eso es lo que es. La verdad es que el título no está del todo mal, aunque la referencia a Borges me parece en extremo punto exagerada y fuera de lugar. Mira que aprovecharse así de las obras literarias de buen linaje...
¿Y de qué va el libro?, le pregunté cuando me encargó esta reseña. ¿Qué diréis que me contestó? ¡Que no lo sabía! ¡El propio autor del libro no sabe de qué trata! Yo creo que no tenía ganas de hablar. Normal. Este libro trata de lo que tratan todos los libros: amor, muerte, metaliteratura, ironía, humor... Porque bueno, lo cierto es que cuando lo leí alguna sonrisa me consiguió arrancar, pero si queréis que os sea sincero, yo creo que le ha salido así sin pretenderlo. Nada, un auténtico disparate y un insulto al lector amantísimo. Fijaros que hay algunos de los relatos que terminan de repente. Es decir, que no terminan, que de pronto deja de contar lo que pasó porque se ha cansado. ¡Será vago!
Y eso sin contar los otros en los que no para de hacer el famoso corta-pega, en un prurito de vanguardismo anacrónico que no responde más que al pecado capital de la pereza. Y encima dice que quiere ahora escribir una novela, ¡pero si es incapaz de hacer un relato de más de cuatro páginas!
Yo, personalmente, he sacado mis conclusiones acerca del modo en que debió componer los textos. Supongo que todos (al menos todos los que nos hemos dedicado a pensar en la creación) alguna vez habéis sentido ese impulso o necesidad de manifestar en un momento dado una idea concreta. Sí, os hablo de esa situación típica en la que uno está a punto de dormirse, pero de pronto lo asalta una magnífica idea, o lo que parece una magnífica idea, y se levanta a toda prisa de la cama. Ese es el punto de partida de todos los relatos, pero lo gracioso de esto es que no hay un punto de llegada. A mí me da la sensación de que cuando se le gastaba esa carrerilla inicial y no sabía cómo continuar un relato, entonces lo mezclaba con otro relato que también estaba sin terminar. O, por ejemplo, llega un punto en el que el mismo autor se da cuenta de que ha liado tanto las cosas que no tiene escapatoria, ¿y sabéis cómo lo soluciona la mayor parte de las veces? ¡Me saca a mí! ¡Solucionado! Muller para todo. Como si fuera yo el remedio para los textos de los malos poetas.
Yo creo que este chaval ni siquiera ha leído a Borges. Ni a tantos otros. Me encarga a mí, que estoy recién llegado a la república de las letras, que le escriba la reseña. ¿Es que no sabe que esto ya lo hizo Unamuno?
En fin. Que no me quejo del todo, que ya sabemos que no se puede ser original. Precisamente de esto mismo estaban hablando el otro día Dorian Grey, Don Quijote y la Maga, pero la verdad es que no me atreví a meterme en su conversación. Como soy nuevo aquí y el autor me pergeñó algo tímido, no tengo muchos amigos todavía en este lugar, pero por la mañana me ha parecido que el Mío Cid me hacía un gesto con la mirada que podría tomarse como un saludo afectuoso. No lo sé.
Todo esto es un disparate.